martes, 19 de junio de 2012

Días Raros

Ya habíamos superado algunas batallas, ya no había ningún riesgo, eramos capaces de solventar cualquier contratiempo, pero algo debió pasar la noche antes, o esa misma mañana, tal vez fue un cortocircuito en tu cabeza provocado por vete a saber que, que además acaba de hacerte perder la confianza en ti mismo. En apariencia no es más que eso, un día raro, o eso crees. 

Confías en que solo sea un momento de dudas, por la tarde vuelve la guerra, otra batalla más, esos nervios previos, esa gente que confía en ti para que todo funcione, revisas tus notas una y otra vez, no lo ves claro, no ves nada claro, pero confías, como siempre tan seguro de ti mismo, pero algo ha cambiado. Llegas con mucha antelación al campo de batalla, pero te faltan soldados, según se va acercando la hora acordada van apareciendo pero muy poco a poco. Los nervios se te disparan y no es por la batalla, esos los tienes controlados, es ese cortocircuito que te hace sentir demasiado extraño. Aún así guardas la calma, en apariencia, siempre tranquilo, con todo bajo control, en apariencia, siempre con la sonrisa para todos, siempre dispuesto a ayudar, en apariencia. Por fin toca prepararse, todo está listo para el duelo, aunque uno de los tuyos te saca de la primera linea y te dice que tenemos bajas de última hora, y es entonces cuando todo se descontrola, esa claridad que tenías en tu mente se nubla, esos movimientos sobre el terreno ya no están tan claros, ese fallo en tu cabeza, ese día raro empieza a materializarse, empiezas a sentirlo real. Ahora puede pasar cualquier cosa.


Entre gritos y vitores vuelves a recuperar el conocimiento perdido durante la batalla, no sabes muy bien que ha pasado, pero sea lo que fuere había terminado, y por la cara de tus compañeros algo no ha ido bien, haces tiempo en la zona de mando, recuperas datos e información, dejas que tu gente recupere el aire, ves que no hay alegría pese a cumplir el objetivo. Algo falla. No insistes como en otras ocasiones en permanecer juntos, lo que quieres es salir de allí, y vas en busca de información sobre la baja de última hora.

Todo lo que te llega no te reconforta, quieres ayudar y no sabes como, ni siquiera tienes medios y a la primera oportunidad huyes, huyes de forma cobarde, con el rabo entre las piernas, huyes al calor de tu hogar, huyes con prisa, huyes y aun no sabes de que, pero huyes.

¿Donde esta esa fuerza de la que presumes? ¿Donde está esa entereza? Eso mismo te preguntas, y pasas las horas tumbado en tu cama, sin mirar absolutamente nada, incomunicado, solo en algún momento te paras a leer algo, pero nada más. Ni escribir, ni hablar, ni actuar. Nada.

Eres un cobarde, y lo sabes incluso lo reconoces, pero no lo dices. Cuatro días casi has tardado en volver a mostrar algo de humanidad. Tal vez sea cuando te quedaste sin lágrimas causadas por un motivo que desconoces, o tal vez sea cuando te quedaste sin voz de tanto gritar en silencio, por el mismo motivo de antes. Llorar y Gritar, no es una solución, pero si un buen desahogo.