domingo, 1 de diciembre de 2013

118 pasos (Desenlace)

Si no leísteis la primera parte, os lo resumo, es la historia de un reencuentro de unos amigos que hacía meses que no coincidían, y que cada vez que estaban juntos, pasaba algo digno de contar en las reuniones familiares. Esta vez, la aventura nos llevó hasta un pueblo de Huelva llamado "El Granado", para una actuación en las fiestas en honor a la patrona de la localidad. Una actuación corta debido a la escasa asistencia de público y que terminó en una ruta por los dos bares del pueblo, hasta que decidimos poner rumbo a Huelva, es justo aquí cuando empieza de nuevo otra de las anécdotas de este grupo, al que ya va a dar miedo unirse. Estábamos en una calle transversal a la calle "La Trinidad" que mide exactamente 118 pasos.  A continuación os narro como descubrimos su longitud.


Con la llovizna que nos acompañó toda la noche y caminando por las callejuelas del pueblo llegamos al coche, la primera disputa era ver quien nos llevaba de vuelta a casa, había dos descartes que no querían descartarse y tres que estábamos en condiciones óptimas para conducir. Tras diez minutos discutiendo entre nosotros quien NO debía lleva el coche el siguiente reto era ver quien iba de copiloto, yo que tenía bastante frío y no me había llevado el gorro, decidí no entrar en esa disputa y me metí en el coche. No sé cuanto tiempo pasé hasta que el Bueno (Dani) se puso a los mandos del vehículo, mete la llave en el contacto y al arrancar....nada, el coche lo intentó pero no consiguió arrancar. Vamos bien, poneos en situación, estamos cerca de la sierra, en mitad de la nada en un pueblo de 600 habitantes, mojándonos con una temperatura cercana a los 0 grados y con un coche que no quiere arrancar.

Primera solución, entre risas, empujar el coche y dejarlo caer por una pendiente e intentar arrancarlo... el resultado, nulo, lo empujamos tres o cuatro veces, y no hubo manera ni de que hiciera el intento de arrancar, pero como no era suficiente con eso, de buenas a primeras el coche empezó a oler a plástico quemado. Mirándolo por el lado positivo, si salía ardiendo el frío lo íbamos a perder. Capó del coche abierto y una humareda blanca saliendo del motor, algo no iba bien, era obvio, empujando el coche no arranca y encima se pone a echar humo...bueno no es.

Al salir del bar, vimos un coche de la guardia civil y pensamos que tal vez ellos nos podrían ayudar, si el problema era de la batería pues con unas pinzas estaba todo solucionado. Sí. Los tres guardias civiles acercaron el coche hasta el nuestro y pusieron las pinzas ¿Cual fue el resultado? Correcto, ninguno, no era problema de la batería, así que muy amablemente, dos de los guardias civiles nos ayudaron a subir el coche hasta "La Trinidad" la calle que no se me olvidará nunca de "El Granado" tengo que decir que después de esto no volveré a criticar a ningún guardia civil más, ya que ellos empujaron como nosotros y nos echaron una mano para quitar el coche del la vía, y allí nos quedamos, llamando a la grúa y dejándole claro al que atendió la llamada que éramos 5, y que además de la grúa debía mandarnos un taxi. Eran las 6 de la mañana, la lluvia había cesado y la humedad hacía que la sensación térmica fuera de algunos grados bajo cero.

En los escalones de una Ermita que había allí estábamos fumando y charlando Dani, Antonio y un servidor, y dentro del coche, no sé que estarían haciendo pero estaban calentitos, Alberto y Gaspar, tras 40 minutos a la intemperie,  vimos a lo lejos unas luces naranjas, era nuestra grúa, ¡por fin! los tres que estábamos fuera teníamos una sonrisa de oreja a oreja y los dos de dentro salieron a recibir al gruista y contarles lo que pasaba, pero algo no iba bien ¿donde está el taxi?

El señor de la grúa colocó su vehículo junto al nuestro, le colocó las pinzas, pese a que le dijimos que ya lo habíamos intentado, y nos dijo que el no sabía nada de un taxi. ¡BIEN! Volvimos a llamar a la aseguradora, esta vez fue el más guerrillero de nosotros el que habló, Antonio cogió el teléfono y al instante ya venía de camino el taxi. Eran casi las 7 de la mañana cuando la grúa, su conductor, nuestro coche, Gaspar y Alberto nos decían adiós y nos dejaban allí a los tres, muertos de frío, de noche, con un relente de campeonato y con esa humedad que te cala hasta los huesos. Vimos con tristeza como se alejaban esas luces naranjas que tanto nos había alegrado ver... Resignados nos volvimos a sentar en los escalones de piedra de la Ermita, situada en un extremo de la calle "La Trinidad".

Eso que dicen que los momentos críticos agudizan el ingenio es cierto. Apenas hacía unos minutos que nos habían dejado allí solos y entre lamentos y recordatorios de las madres y parientes cercanos de nuestros antepasados por la suerte que nos había tocado esa noche a Antonio se le ocurrió una idea genial para entrar en calor. Moverse. Así que comenzamos a andar el ancho de la calle, pero no era suficiente, necesitábamos algo que nos motivara, y Antonio sabe de eso, nos colocó junto a la pared de una casa que hacía esquina y dijo:
- ¿Cuantos pasos mide esta calle?
Poneos en situación, tres tíos, a las 7 y 20 de la mañana, abrigados como buenamente pueden, cogidos por los brazos, andando por una calle de un pueblo desierto y contando los pasos que dan. Como sabréis el resultado de ese paseo es de 118 pasos, desde esa pared hasta el Stop que está en la unión con la carretera nacional. Al llegar a la señal, la respetamos, y nos giramos, para confirmar el resultado. justo, eso es lo que medía 118 pasos, pero ese paseo no fue suficiente, así que decidimos que debíamos acortar la calle, ¿cómo? pues con pasos más largos, los resultados variaban 84, 76, dependiendo de como nos pillara, no sé cuanto tiempo estuvimos así pero sirvió para no perder más calor corporal.

Entre tanto, cada vez que veíamos los faros de un coche acelerábamos el paso hasta la intersección de "La Trinidad" con la Carretera Nacional, para desilusionarnos una y otra vez. Pasos largos, pasos cortos, saltos, risas, "buenos días buen hombre", joder que frío, ya casi amanece...y de repente, nuestro salvador, un skoda blanco, con la calefacción puesta que paró delante nuestra preguntando por "Gaspar" que ya estaba casi llegando a San Juan, eran las 7.48 de la mañana y por fin, volvíamos a casa.

Del trayecto recuerdo poco, solo que el taxista venía de Ayamonte y que esos servicios los cobraba por kilómetros, no sé en que momento me quedé dormido, pero sé que me desperté a 3 o 4 kilómetros de Huelva, jamás había disfrutado tanto de una cabezadita en el coche, Antonio fue el primero en despedirse, después fui yo y Dani Bueno es el que terminó la aventura, una más para las que ya hemos vivido, y seguramente no sea la última.

Y es que, aunque se pase mal, cuando transcurre un poco el tiempo y lo recuerdas, no puedes evitar una sonrisa. Bendito el día en el que, por casualidad, terminé trabajando con ellos, porque pese a que nos vemos poco, disfrutamos mucho.


¿Cuando es la próxima?