lunes, 16 de enero de 2012

Diablos y polvo

Las habitaciones de los hoteles siempre le habían parecido frias y sin personalidad, por eso Damon siempre llevaba tres cosas indispensables en su equipaje. El ordenador portátil, donde llevaba su música, sus series y su películas, la tablet, porque sus viajes siempre eran por motivos laborales y en la cama se trabaja mejor con ella, y el marco de fotos digital, donde iban pasando un carrusel de fotos de sus vacaciones y sus andanzas con sus gente.


Pero este hotel le parecía distinto, seguía siendo frío, todas las habitaciones idénticas, todo el mobiliario colocado de la misma manera, sin nada que las distinga. Tal vez eso, y el distanciamiento con ciertas personas le hacía sentir aún más solo. Por los altavoces de su ordenador sonaba un tema de Bruce Springsten, tumbado boca abajo, con la almohada debajo de su pecho y la tablet organizando su agenda para los próximos días, convocando reuniones y actos. Su vida era un auténtico caos, sus cafés duraban días, y apenas tenía noche para dormir, pero estaba dándolo todo de sí mismo para seguir.


No era tarde, pero dio por finalizada su sesión de trabajo, abrió su maleta que descansaba sobre el sillón que había junto a la ventana. Sacó su pijama y la ropa interior y se fue a la ducha. Abrió el grifo del agua caliente y se dispuso a llenar la bañera, llamó al servicio de habitaciones para que subieran una botella de vino y un par de copas, no esperaba a nadie, pero esa costumbre se había quedado. Siempre dos copas.

Con la botella en una mano y las copas en otro Damon se metió en la ducha, recordando lo que en otro tiempo fue algo que siempre acaba en el cansancio extremo surgido de la pasión desmedida, el baño que siempre acaba en ducha tras una larga batalla carnal. Esta vez solo una copa se ensució, solo hubo un baño tranquilo y triste. No hubo cansancio, por supuesto tampoco hubo batalla, solo un silencio roto por el movimiento de su brazo al dar un sorbo al vino. Nada más, y nada menos.

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