lunes, 22 de septiembre de 2014

Fundir el Hielo

Un amanecer, eso es lo único que le pidió. Ella aceptó después de darle muchas vueltas a la cabeza. Un amanecer para cambiarlo todo, para romper esa coraza helada que la envolvía. Sólo un amanecer, una oportunidad para intentar liberar el calor que había en su interior, si es que quedaba algo. El frío que la rodeaba estaba lleno de desengaños, mentiras y desilusiones, conseguir destruir esa coraza gélida no era tarea fácil. 

El iba confiado y nervioso, ella a su lado sin gesto alguno de preocupación. Muchos otros lo han intentado y ninguno había conseguido nada, aunque también era cierto que nadie había llegado tan lejos, nadie había conseguido esa oportunidad. ¿Qué tiene él que no tienen los demás?

Un amanecer conlleva una noche y para llegar a la noche había que pasar la tarde, consiguió alguna sonrisa, varios abrazos y que el sol se escondiera más rápido.  Y la noche pasó, y lo que pasó esa noche fue algo diferente a cualquier noche, lo realmente mágico llego instantes antes de los primeros rayos del sol.


Esa armadura fría, que la aislaba y la hacía insensible había desaparecido. Él tenía razón, solo le hizo falta un amanecer. Un amanecer para volver a creer, para volver a confiar, para volver a ilusionarse. Un amanecer para conseguir volver a dar calor y color, para volver a sentir, para derretir y crear algo nuevo.

martes, 16 de septiembre de 2014

Principes Despeinados, con Vaqueros y Gafas de sol - La Princesa de Hielo (Parte 1) -

La Catedral de Fumaces estaba imponente frente a Richard, su obra, esa que tanto sacrificio costó terminar ahora era la envidia de las comarcas cercanas. Frente a la Catedral un imponente boulevard lleno de vida, cargado de puestos donde comprar casi cualquier cosa y tabernas donde degustar todo tipo de viandas y bebidas, alrededor se extendia Fumaces, cada vez más grande y más próspera.

De pie, frente a la puerta principal Richard miraba ensimismado su creación "Ya lo había conseguido todo" se decía, intentaba convencerse de eso, pero sabía que no era así. Bajó la cabeza y se giró, la sombra de su obra se extendía casi hasta el borde mismo de la gran plaza que tenía delante. Se sentó en la escalinata principal, a veces podía pasar tardes enteras como aquella sentado, observando la vida de las gentes pasar. 

Solo las campanas que comenzaron a repicar en los torreones le sacaron de su duermevela, se puso en pie y caminó atravesando la plaza dirección al boulevard, al fondo, justo en el otro lado del paseo estaba su casa, grande, llena de luz, de trabajadores, vacía para él. Mientras caminaba entre el bullicio del paseo vio a su amigo Philip y se sentó con el en una de las mesas de las Tabernas, vino y un poco de queso le puso el tabernero sin preguntar. Silencio entre ambos amigos, ni una palabra durante muchos minutos. Solo sentados, viendo gente pasar, dando pequeños sorbos a sus copas, perdiendo las miradas en la Catedral. Philip fue siempre su mano derecha y siempre lo sería, aunque ahora tuviera que irse.
- ¿Estás seguro?
- Sí, tranquilo, estaré bien
- Siempre que quieras puedes venir, lo sabes Richard...
- Lo sé y espero que tu también lo sepas, aquí siempre tendrás tu casa.
- Si cambias de opinión, me iré a mediodía.
- Dale recuerdos a Marian, aun así intentaré pasarme antes de que os vayáis. Esto lo pago yo amigo, por si no te veo...¡qué tengas buen viaje!

Ambos se levantaron y se fundieron en un abrazo, Richard sacó unas monedas de la bolsa que tenía atada a la cintura y siguió con su camino.

Al llegar a casa todo era un ir y venir de trabajadores terminando de limpiar lo que ya estaba limpio y preparando  el salón pequeño para la cena. En la casa siempre había gente, siempre  había vida, pero desde hacía ya algún tiempo, siempre se sentía solo.

Pasaron varias semanas, Philip ya se había marchado con Marian a su pueblo natal y en Fumaces todo seguía como siempre, por las mañanas el ir y venir de los labriegos camino de las tierras para cuidas las cosechas, las mujeres de aquí para allá en los quehaceres diarios, los niños correteando por la plaza, tranquila vida la de esta tierra. Una mañana mientras Richard estaba desayunando en una de las tabernas del boulevard oyó hablar airadamente a un grupo de amigos sobre una visita de una princesa, que estaba de viaje por estos lares, buscando descanso y algo nuevo que llevar a su tierra, venía del norte, lo que concordaba con el apodo que le habían puesto, "La Princesa de Hielo".

Richard no pudo contener la curiosidad y se unió a la conversación - Dicen que viaja solo con un escudero y un mayordomo- Decía uno -Siempre lleva ropajes negros, y la piel cubierta casi por completo -otro hablaba de su pelo, y otro de la lengua en la que se expresaba -Pero según he oído lo de Princesa de Hielo no es por su origen norteño, al parecer apenas tiene contacto con nadie, solo pasea observa y pide lo que le gusta- Richard escuchaba con atención y empezó a pensar que todo eran habladurías hasta que uno de los presentes dijo dirigiéndose a él- ¿Querrá llevarse una copia de nuestra catedral señor? Dicen que consigue todo lo que quiere- Se dibujó una sonrisa en su rostro antes de responder - Esta Catedral se queda aquí, prefiero ir yo y levantar una nueva.

Tras varias jarras de cerveza y muchas más divagaciones sobre esa "Princesa" Richard se despidió de los compañeros y comenzó a pasear, como siempre, rumbo a su creación. Sentado en un banco, en un lateral de la plaza dejó que su cabeza se relajara, se colocó sus anteojos de cristales oscuros y que no dejaban ver hacia donde miraba y se dejó acariciar por la ligera brisa que se había levantado esa tarde. Al cabo de unos minutos se le acercó jadeando uno de sus trabajadores, diciendo que el alcalde de la localidad cercana había enviado un emisario para comunicarle la visita de una importante persona, que estaba haciendo un largo viaje y que llegaría al atardecer, buscaba sitio donde quedarse a pasar la noche y seguir con su camino. 
- ¿Qué hacemos señor?
- Prepara los establos y la habitación de invitados, y pregunta a los cocineros si hace falta algo más para preparar cena para más personas. Tendremos que recibirlos y demostrarles la hospitalidad que hay en Fumaces.

Cuando el sol comenzaba a acariciar la nave de la catedral y el cielo comenzaba a tornarse rojizo se vio a lo lejos un carruaje gris tirado por dos imponentes caballos blancos, el cochero iba ataviado con ropas oscuras y de abrigo, demasiado abrigo para el tiempo que hacía, aun no había entrado el otoño con fuerza, pese a que ya se notaba que el sol no calentaba como antes. Richard los esperó en el centro de la plaza con dos mayordomos, todos a caballo, cuando el carruaje estaba entrando en la plaza Richard bajó del suyo, acarició el hocico de "Emperador" e hizo una referencia ante el cochero, uno de sus mayordomos intercambió algunas palabras para explicarle que tenía que seguirlos. Volvió a subir a su caballo y se dirigió a la entrada de las cuadras, allí sus mozos de cuadra se encargaron de dar de comer y beber a los caballos, otros dos mozos descargaron las maletas del carruaje y ayudaron a bajar al cochero, mientras Richard se colocó ante la puerta del carruaje, cuando la puerta se abrió un aire gélido salió de su interior, poco después un joven de unos veinte años hizo su aparición e intentando disimular su acento extranjero les dio las gracias por la premura en organizarlo todo, cuando bajó y saludó a Richard por la puerta asomó una mano que se aferraba al marco, el joven se apresuró a ayudar a la dama, su mano blanca como la luna llena, sin anillos ni pulseras, iba seguida de un brazo cubierto por un ligero vestido negro de manga larga que cubría la pálida piel, el joven entorpecía la vista de Richard mientras la "Princesa de Hielo" bajaba por la pequeña escalera del carromato.

Piel blanca, cabellos rubios, ojos celestes y claros, figura esbelta, manos finas, Richard no supo reaccionar, el rostro de esa mujer era impasivo, inexpresivo, tal vez tuvieran razón los campesinos y el sobrenombre no fuera solo por su origen, pero había algo en ese rostro que tenía a Richard intrigado. Apenas hubo presentaciones porque Richard se quedó perplejo, simplemente ordenó que los ayudaran a instalarse en las habitaciones y les avisaran cuando la cena estuviera servida.

¿Y si?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o tal vez no, pero en cualquier caso esto no es más que una historia, que parece que vuelve a resucitar tras varios años parada ¿Y sí fuera real? ¿Y si los príncipes despeinados existen? ¿Y si las princesas de Hielo no son tan frías como las pintan? ¿y si...?