miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuento de Príncipes y Princesas (Especial San Valentin)

La puerta se cerró con suavidad delante de él, conforme la puerta avanzaba en su cara se dibujaba una sonrisa. Poco a poco encajó la puerta, en ese mismo momento Richard sonreía paralizado. Con el rostro iluminando la calle, comenzó andar sin rumbo, al girar en una esquina comenzó a saltar y a correr sin sentido. Sonreía y tenía ganas de llorar, saltaba y corría, se paraba, se agarraba a los faroles de la acera, y seguía rebosante de energía.

Había sido una tarde especial, pero todo comenzó unos días antes, cuando Richard se propuso pedirle que lo acompañara esa noche especial, que pasara la tarde con él antes de ir a cenar, al fin y al cabo los dos iban a estar solos, y un día así, era mejor compartirlo con alguien, esos fueron sus argumentos, y eso fue lo que la convenció. Pasearon por los jardines de la ciudad, tomaron café y charlaron durante un par de horas, disfrutaron de la compañía del otro mientras caminaban el uno junto al otro por la alameda rumbo al restaurante donde iban a cenar. Reían, se sorprendían el uno del otro, ninguno sabía en que momento salto la chispa. Bueno el sí lo sabía, y el tenía claro que tenía que intentarlo, y lo más difícil ya lo había conseguido, estaba junto a ella, el día de los enamorados, habían pasado algunas horas juntas, y a él cada vez le gustaba más, y ella empezaba a mirarlo de otra manera, más cercano, más humano, menos príncipe o tal vez ella se había dejado llevar, se había acercado más a él, lo sentía más humano, tal vez a su lado ella se sintiera más princesa.

Llegaron la restaurante, tomaron asiento el uno frente al otro, semblante nervioso por parte de ambos, estaban en la cena de enamorados de Fumaces, compartiendo mesa, vino y alguna que otra historia, hablaron, comieron, bebieron, disfrutaron, se les veía radiantes. Fue entonces cuando la orquesta comenzó a tocar, se miraron y con media sonrisa y todos los nervios, Richard le pidió salir a bailar, ¡¡SALIR A BAILAR!! Él que nunca había bailado, se puso en pie, le apartó la silla y la tomó de la mano acompañándola hasta llegar delante de la orquesta, le puso su mano en el hombro, ella lo imitó ruborizada, la otra mano en la cintura, ella volvió a mirarlo, le cogió la mano de su hombro y también la apoyó en la cintura, mientras ella le rodeaba el cuello con sus brazos. Se balancearon por todo el recinto, hipnotizados el uno por el otro. Se dejaron llevar por el momento, por la situación, por las sensaciones de ese día y cuando quisieron darse cuenta sus labios estaban juntos, fue solo un instante, un desliz, un impulso, un beso.

Se abrazaron hasta el final de la pieza que sonaba, cuando terminó, volvieron en silencio y ruborizados hasta su mesa a concluir su cena. Cual dos quinceañeras ruborizados, terminaron el postre nerviosos o impacientes o nerviosos e impacientes, casi sin hablar. Al salir, el la cogió de la mano, y ella lo acercó más a su lado, haciendo que la rodeara por la cintura, y apoyando su cabeza sobre el pecho de Richard. Y así llegaron hasta la puerta de la casa de ella. En silencio, juntos, abrazados. Sin decir nada pararon frente a su vivienda, se abrazaron y volvió a surgir, un escalofrío acompasado por las espaldas de ambos, una explosión dentro de sus cuerpos, unos corazones que latían con tanta fuerza que casi podían escuchar el del otro, otro beso que salió de donde salen los sueños. Y una despedida casi imposible de describir. Un hasta mañana que ninguno quiso decir, un 14 de febrero que ninguno olvidará, ninguno lo pasó en soledad, y resultó ser algo más que una cita entre amigos.

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