lunes, 19 de diciembre de 2011

Seguir Adelante

El salón estaba prácticamente vacío, solo una silla justo en el centro y una vela cuya luz bailaba al ritmo del aire que se colaba bajo la puerta del pasillo. Sentado en la silla, con las manos sosteniendo una caja sobre su regazo, la mirada perdida y repitiéndose mentalmente que "era el momento". Abrió la tapa de la caja, y un fino papel envolvía ese artilugio de metal, pesado y frio que sacó con cuidado; la sostenía con una mano y con la otra dejó la caja vacía bajo la silla.

La presión en su cabeza aumentó de forma drástica, notaba las pulsaciones aceleradas y el sudor comenzó a brotar, pero sorprendentemente, sus nervios eran tranquilos, la mano no temblaba. Acariciaba el objeto con la yema de los dedos, metió su mano en el bolsillo y sacó otra pieza metálica, más pequeña, de forma cilíndrica con una base plana y el otro lado ovalado. La sostuvo unos segundos entre dos dedos, mirándola. "Esto es lo que me va a ayudar a salir de esta". 

Dejó la bala en la palma de la mano y ayudándose con la otra sacó el cargador de la pistola, colocó la única munición que tenía en su interior y volvió poner el cargador con su "salvación" en el arma. Quitó el seguro. Volvió a acariciar la pistola, de uno de sus ojos empezó a asomar una lágrima, no sabe si de alegría por estar tan cerca de su objetivo o de tristeza por tener que terminar así. Abrió la boca y colocó la pistola en diagonal, tenía que atravesar el cráneo, tenía que destrozarle la cabeza. Cerró con fuerza los ojos, ya no había marcha atrás, pero entonces, sonó la puerta. Volvió a abrir los ojos, si disparaba ahora... Se puso en pie, dejó la pistola sobre la silla y fue a ver quien era.


Al otro lado de la puerta su amigo, "¡Abre! Se que estás ahí. He oído tus pasos acercándote. Venga vamos, que tengo que hablar contigo". Volvió al salón, guardo el arma en la caja, y llevó esta hasta su habitación lanzándola bajo la cama.
- ¡Abre de una vez!
- Ya voy, ya voy.

Al abrir la puerta la sonrisa de su amigo le sorprendió, este le miró de arriba a abajo y al ver que estaba vestido y con los zapatos puestos miró al recibidor, alcanzó las llaves de la casa y tiró del brazo su amigo  sacándolo de la casa y cerrando la puerta tras él.

Todo lo que pasó a partir de ese momento... es otra historia, pero os puedo decir que la pistola sigue bajo la cama, aunque él ya no se acuerde, porque, quien tiene un amigo, de los que aparecen cuando menos te lo esperas y más lo necesitas, de los que siempre están ahí cuando los llamas, esos que te ayudan en todo, a no caer en el mismo error dos veces, de los que no mendigan tu amistad, si no que te ofrecen la suya sin pedir nada a cambio, de los que te aceptan con tus virtudes, pero sobre todo con tus defectos, de los que te ayudan a seguir adelante, de esos de los que ya quedan pocos. Quien tiene un solo amigo de esos, puede sentirse afortunado. Porque si no fuera por los ratitos que pasas con ellos...

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