domingo, 18 de septiembre de 2011

La culpa es del destino

La habitación estaba en penumbra, la luz del atardecer se colaba por los huecos de la persiana, Richard estaba tumbado sobre su cama, manos en el pecho piernas estiradas, la cabeza un poco ladeada sobre la almohada. Todavía quedaban restos de lágrimas sobre sus mejillas, que brillaban cuando la luz incidía sobre ellas.

Los ojos cerrados, con la cabeza trabajando a toda velocidad, sin poder dejar la mente en blanco, sin poder dormir. La noche había sido un infierno, vueltas y más vueltas, se levantaba una y otra vez, salía de la habitación para recorrer los pasillos y escaleras de su casa, se asomaba al balcón, bajaba a la cocina, al patio, llegó a subir a la azotea. Allí fue donde más dudas le entraron. Botella de vino en mano, sin copa, bebía directamente desde el cristal que guardaba el embriagador liquido rojizo, pensaba que así conseguiría dormir. Se acercó a uno de los extremos, encaramándose al borde, en su estados cualquier brisa podía haber conseguido lo que él no fue capaz. Empujarlo hacía el vacío. Tres plantas, tal vez fuera suficiente para poder dormir. Esa idea se le fue de la mente al cabo de unos segundos, justo cuando su subsconsciente empezó a llamarlo COBARDE.

Volvió a su habitación, y tumbado sin apenas moverse vio amanecer, pasar el mediodía y ahora veía como el sol se volvía a esconder. Con la cara desquiciada debido a la falta de sueño se levantó, se colocó la ropa que usaba para ir a la construcción (Cuando iba a ver su obra) y salió a la calle de nuevo. Se colocó sus anteojos, esos que tanto llamaban la atención a las gentes de Fumaces y se puso a andar, sin rumbo, solo quería salir del pueblo.

Terminó en el bosque que conducía a Villalba, el destino estaba jugando con él, y su cabeza se estaba dejando vencer. Se giró, bordeó Fumaces y terminó en el Gran Lago, donde se despojó de sus ropas, y se zambulló, fue cuando se dio cuenta que no puedes estar sumergido hasta que tu pulso se pare. Maldijo los mecanismos de protección del cuerpo humano, salió desnudo y enfurecido, hacía un árbol que golpeó con insistencia, con todo un repertorio de patadas y puñetazos, pero fue el cabezazo lo que consiguió relajarlo, cayó a plomo debido al golpe que se propinó el solo, allí se quedó, desnudo, tirado entre matorrales con las manos y las piernas maltrechas y llenas de heridas, y una brecha en la cabeza tan grande como...

Allí se despertó a la mañana siguiente, con la sangre reseca por toda la cara, aturdido y sin saber muy bien donde estaba o que hacía allí. Se enjuagó la cara y las manos en el lago, se colocó la ropa que vio un poco más lejos de donde había despertado, y se puso a andar, no sabía hacía donde, no recordaba nada de lo que había pasado, no sabía donde estaba, no sabía quien era.

Divisó a lo lejos una población, y allí fue, nada más llegar empezaron a preguntarle.
- ¡Señor, Señor Richard! ¿que le ha pasado?
- ¿Richard? ¿ese es mi nombre?
- Señor por favor, venga conmigo, le tiene que ver el médico.
- Si, un médico, creo que eso me vendría bien. Después, ¿me podría llevar a mi casa? ¿vivo aquí?

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