domingo, 16 de octubre de 2011

Capítulo 2 (Fragmento) - Príncipes Despeinados...-

Volvió a cubrir el objeto con la misma tela, casi en la misma forma, fue a su cuarto y lo guardó a buen recaudo al fondo de uno de los cajones, cogió algo de abrigo del armario, la capa con capucha que le regaló su padre hace un par de años y se fue a la cuadra, allí esperaba Emperador, que al verlo entrar y coger la silla de montar se alegró, hacía tiempo que no iba a lomos de ese brioso corcel, ajustó los aparejos del caballo abrió las puertas y salió a toda prisa, la lluvia caía con fuerza, el caballo caminaba seguro por las calles de Fumaces, el destino Carteia, el antiguo hogar de Russel, por delante dos días de camino, en su caballo, solo lo puesto, una pequeña bolsa con algo de dinero y una daga bajo la capa por lo que pudiera pasar. 

El viaje se hizo largo y duro, no paró de llover en todo el trayecto, al llegar a su destino la desolación se apoderó del obrero, paró delante de un castillo inmenso, que parecía abandonado desde hacía tiempo y maltratado por la guerra que sufría la región, esa maldita guerra. Bajó de su caballo al pie de la escalinata principal, y tiró de él hacia la puerta que daba acceso al patio de armas, empujó la puerta y esta se abrió sin oponer ninguna resistencia, al entrar todo seguía prácticamente igual que la última vez que estuvo allí, la única diferencia era que ahora no había nadie, ni nada, solo silencio, un silencio que helaba la sangre, en un día que además daba facilidades para eso, oscuro, lluvioso y ese castillo. Dejó a Emperador en una de las cuadras, buscó algo para que comiera, y entró por la cocina al castillo, esa puerta siempre estaba abierta. Accedió al interior, y allí es donde se dio cuenta que hizo lo correcto esa tarde. Estaba todo destrozado, solo algunos tapices de las paredes del salón que había en la entrada estaban enteros, algunas alfombras de los pasillos habían sido arrancadas y la inmensa mayoría de los cuadros ya no estaban, paseó por las habitaciones, llenas de recuerdos todas, se dirigió a la tercera planta, al subir las escaleras vio el largo pasillo que conducía hacia una puerta de doble hoja, en cada una de ellas una espada tallada, empuñada por sendos caballeros ataviados con sus correspondientes armaduras. Empujó ambas a la vez, y se abrieron con dificultad, consiguió pasar al otro lado sin tener que abrirlas enteras, al hacerlo le dio un vuelco el corazón, nada estaba donde debería, había restos de flechas esparcidos por el suelo, un escudo cerca de la ventana que daba acceso a una inmensa terraza, un poco más cerca donde una vez hubo una cama se encontró una espada, se acercó hasta ella con los ojos a punto de romper a llorar, se quitó la capucha de la capa, y se arrodilló junto a la espada, acariciando la empuñadura y observando la hoja, la cogió y miró alrededor buscando la funda, la encontró detrás de la puerta, se puso el cinto y enfundó la espada, giró sobre si mismo y se fue hacia el ventanal, recogió el escudo, pasó los dedos por los bordes y abrió el ventanal. Había escampado, y el sol empezaba a asomar entre las nubes, volvió a entrar y sin mirar a ningún sitio, con su espada y su escudo bajó hasta las caballerizas de nuevo. Ajustó el escudo a la montura, la espada se la colocó a la espalda, montó en Emperador y comenzó su viaje de retorno a Fumaces. Al salir por la puerta que daba acceso a las cuadras, bordeó el castillo hasta la entrada principal, bajó de nuevo de su caballo, miró hacía la ventana donde unos momentos antes se había asomado, después miró al cielo, de nuevo cubierto y amenazando lluvia, y esta vez no pudo aguantarlo, la lágrima que llevaba tiempo aguantando por fin brotó de sus ojos, resbaló por sus mejillas, pasó rozando su mal cuidada perilla y se terminó deshaciendo al caer al suelo. Comenzó a llover, se colocó la capucha, montó en el caballo blanco que seguía a su lado prácticamente inmóvil, y sin volver la vista atrás salió como alma que lleva el diablo de nuevo hacia Fumaces.


Todo estaba lleno de agua y barro, al entrar en la casa de su amigo Philip se quedó atónito y se preguntaba que demonios había estado haciendo esos 5 días que llevaba sin verlo, se acercó a la habitación y lo encontró tendido bocabajo en su cama sobre un escudo y empuñando una espada con la mano derecha. Se quedó petrificado durante un instante, y la primera reacción fue correr y zarandearlo para ver ver si seguía con vida. Reaccionó al primer golpe, soltando la espada y maldiciendo todo lo que pudo.

- ¡¿Que haces Philip?!
- Pensé que…
- Pensé, pensé, pensé, ¿estas loco? ¡casi me matas del susto!
- Que casi… Maldita sea Russel, llevaba 5 días sin saber de ti, llego a tu casa y la encuentro patas arriba y llena de barro, y al entrar en tu alcoba te veo bocabajo sobre un escudo con una espada en la mano y sin moverte. ¿no sabes respirar mientras duermes?.

Russel miró a Philip a los ojos, así aguantó unos segundos, hasta que de repente rompió a reír.
- Ven aquí amigo mío.
- No me hace ninguna gracia Russel
- Ni a mi, no me gusta que me despierten así después de un viaje tan duro compañero.
- ¿Viaje? Con razón no te he visto por la taberna estos días. ¿donde has estado?
- Tenía que visitar un lugar, pronto te llevaré y te explicaré algunas cosas que debes saber.
- Eres muy raro Russel, pero me caes bien, anda, te ayudo a poner un poco de orden en esta zahurda que tienes por casa y te invito a unas cervezas en la taberna, además me han preguntado por ti varias veces y creo que deberías plantearte algunas cosas
- ¿te han preguntado por mi? No se si…
- Luego te cuento Russel, ahora arreglemos todo esto.

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