sábado, 22 de octubre de 2011

Conversaciones con Lisbeth

Ya llegaba tarde, y era la primera vez que me pasaba, por regla general siempre es ella la que lo hacía. Pero en esta ocasión no podía sorprenderme de nada. Sabía que iba a cambiar la hora, así que calmado me puse ha hacer lo que hago todas las tardes, ver series desde el Mac.

Me paré en el lugar acordado y allí estaba, sentada en un banco, un toque al claxón y se acercó hasta la puerta del copiloto. Lo primero que me dijo fue "¿Sin música? Que raro." Se sentó, me dio dos besos y sin tener que decirle nada se puso el cinturón, ya van dos sorpresas en un menos de 10 minutos.

- ¿Que tal estas?
- Pues mira, ya sabes aqui viviendo la vida, como siempre. ¿Y tu?
- Para que quejarme, aunque todo podría ir mejor.

Esas fueron las primeras palabras que cruzamos después de más de un año. Avanzamos por la larga avenida, giramos a la izquierda y terminamos en una tiendecilla que hay cerca de una iglesia, de allí saqué una cerveza de litro, y volví a montarme en el coche.

-¿Sigues teniendo ganas de gritar? - Le dije, y ella me miró sorprendida.
- Pues si que tengo ganas.
- Vale.

Reanudamos la marcha, fuimos callejeando por las calles del centro buscando el mar, hasta llegar a nuestro destino. El Muelle del Tinto. Allí aparqué el coche, nos bajamos y comenzamos a pasear por la parte baja del puente, conforme avanzábamos íbamos subiendo todas las escaleras que veíamos, queríamos estar arriba, como la primera vez que no supimos donde ir o que hacer. Allí terminamos, esta vez si sabíamos lo que queríamos.



"¿Una cerveza rápida el fin de semana?" empecé a recordar el mensaje que me había enviado hace un par de días. "No prometo una conversación cuerda, ni intensa y mucho menos interesante. No es por ti, ni siquiera por mi, es más bien por la cerveza. ¡Te llamo!" ese fue el último sms que me envió mi respuesta "No lo dudaba. Yo tambien voy por la cerveza". Eso fue hace dos días. Y ahora estaba en la zona más alta del Muelle de Mineral, sentado en un banco, con un cigarro en una mano, y con una bolsa de plástico con un litro de cerveza en la otra, y delante mía estaba Lisbeth, no había cambiado absolutamente en nada, al menos físicamente. Seguía igual de delgada, con el pelo alborotado y "recogido" en una extraña coleta, la ropas anchas, camiseta de los Gun's & Roses y encima un chaleco de punto tres tallas más grande. Se sentó delante mía, al otro extremo del banco.

- ¿Cuanto tiempo hacía que no nos veíamos?
- Desde la última vez en Punta.
- Hace ya más de un año entonces...
-¿Tienes todavía el final de la historia? Es la única copia que queda, la tuya. La que publiqué en el blog no es la original, esa solo la tienes tu.
- Está guardada a buen recaudo en un cajón en mi casa de Punta. ¿Te puedo hacer una pregunta? En "Príncipes despeinados..." Aliena le da un bulto a Richard envuelto en una tela. ¿Qué es ese bulto?
- No me jodas Lisbeth, el bulto es el papel que me diste en la escalera. - Me puse de pie encima del banco, intentando rememorar ese momento en las escaleras del Funcadia. - ¡Daniel! - dije con una muy mala emulación de la voz de Lisbeth - Se supone que debe de sonar solemne, espera que lo intento de nuevo. ¡D a n i e l!
- Ahora mucho mejor donde va a parar por dios - Decía mientras reía a carcajadas.
- Toma, léelo cuando creas oportuno. Y te bajaste del escalón y te fuiste. Así sin más.
- ¿Que quieres que haga? Además había algunos compañeros de tu clase mirando. Seguro que te reíste mucho al leer la nota.
- La leí en mi casa, fue cuando creí oportuno.
- Si claro, y nadie de tu clase la leyó ese día ¿verdad?
- Ni siquiera Javi sabe lo que dice la nota a día de hoy. Y ya hace dos años.
- ¿Enserio?
Asentí con la cabeza, y entonces la conversación cambió de tercio. Nos contamos lo que habíamos hecho este verano, que si conciertos, que si fiestas, que si barbacoas, que si para aquí que si para allá. De pronto, sonó su teléfono. Y otra sorpresa más. Antes cada vez que sonaba, se bajaba del coche o se alejaba para que no la oyera, ahora se puso de pie, dio un par de pasos hasta ponerse a un metro detrás de mi, pero su voz sonaba alta y clara. Yo sonreía. Al colgar recuperó su postura sobre el banco, con las piernas cruzadas puestas sobre el asiento. Me miró y me dijo
- Era Daniel
- ¿Yo?
- Algo parecido, oye, me hizo mucha ilusión que me felicitaras para mi cumpleaños. De verdad
- Hice algo de trampa, sabes que no suelo tener muy buena memoria para las fechas, bueno, no tengo buena memoria para nada, pero tu cumpleaños estaba apuntado en la agenda el teléfono y me avisó un rato antes.
- Te he visto estas últimas semanas por la ciudad.
- Muy buen cambio de tercio torera, aunque no se si alegrarme o enfadarme
- ¿Enfadarte?
- ¿Me ves y no me saludas? pues tu me dirás.
- Es que, ¿recuerdas el estanco ese que te dije?, pues Daniel es el dueño, y ahora paso mucho tiempo allí, y hace unos días te vi pasar con tus inseparables gafas de sol y una mochila al hombro. ¿Sabes lo ridícula que me sentí al darte la nota y verme reflejada en tus gafas de sol?
- Saltas de un tema a otro que no veas... me encanta.

Y lo que iba a ser una cerveza rápida terminó siendo una conversación que no quería acabar, hablábamos del pasado, de lo que habíamos hecho desde la última vez que nos vimos, de las últimas semanas, de nuestras aventuras, de lo que había cambiado nuestra vida. En una de estás que empezaba a notar como se me dormía la pierna de estar sentado me levanté, me ajusté la sudadera y al pasar la mano por uno de los bolsillos noté algo que me erizó los pelos del cuerpo. No podía ser, metí la mano con miedo en el bolsillo, cogí lo que había tocado. ¿Porque estas en todos lados?. Una pulsera que pensé que estaba en Cartaya, resulta que llevaba en ese bolsillo desde entonces. Mi cara debía ser un cuadro.

- ¿Que te pasa? ¿Te encuentras mal? - Me dijo preocupada, yo mientras intentaba controlar el nerviosismo y el ataque al corazón que estaba a punto de darme.
- Estoy bien, es solo que .... - Y entonces saliste tu, le conté casi todo, y no me sentó bien.



Volví a conseguir controlar mis nervios e intenté recuperar la cordura, cambiaba de tema pero no podía quitarme de la cabeza tu imagen, no dejaba de tocar y juguetear con la pulsera. Intentaba sonreír, intentaba recuperarme de ese mazazo psicológico, intentaba todo, pero nada funcionaba.

Sentado en el respaldar del banco justo al lado de Lisbeth, ella se levantó, se colocó delante mio, y me dio un abrazo. Lo necesitaba, un abrazo de cualquiera que me apreciara un poco, me vino bien, después se sentó debajo mía, entre mis piernas, mirando a la ciudad. Y así estuvimos otro rato, charlando de cosas sin sentido, hasta que el frío y la necesidad puso fin a esa velada de reencuentro. La dejé donde siempre la dejaba, en la esquina de su casa, pero a diferencia de las otras veces, no esperé a que entrara, cogí el teléfono y avisé de que iba a casa de un amigo un rato. Tenía que probar suerte.

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